Pastillitas de colores
Pastillitas de colores. Una, dos, tres. La roja para la hipertensión; la azul, dos veces por semana, para evitar las infecciones; la amarilla, media a la noche, sábado por medio, para controlar las hemorragias.
No recordaba cuándo había comenzado esa procesión por médicos, diagnósticos y farmacias, pero ya era un cotidiano enquistado en su realidad.
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Rutina
La mugre está acá y allá pegoteando las estructuras que alguna vez fueron modernas, nuevas.
Y ahí, ovillados contra los zócalos inmundos, duermen dos nenes, un viejo sin dientes, una señora de dudosa edad e higiene y un par de bultos cubiertos con cartones húmedos y rancios.
Pero nadie los mira ya. Son parte del paisaje, siquiera hay miradas furtivas, huidizas, vergonzantes.
Pasan de largo.
Y todos los días, lo mismo.
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Existencialismo
Es casi imposible e inconsciente intentar dar cuenta de lo que sucedía antes de aprender a respirar, cuando la luz era borrosa y las imágenes, todas manchas. No recordás siquiera cómo era el mundo cuando te pasabas durmiendo todo el día.
Pero tampoco hay registro de recuerdos acerca de cómo era la vida rodeada por un mar de líquido amniótico, donde la boca no se usaba para comer, ni los ojos para mirar, ni los pulmones para respirar…
Por eso, cuando pasamos a la siguiente fase, sin darnos cuenta, no hubo sufrimiento consciente, solo una aceptación tácita (trauma1).
Y así aprendiste a caminar, a hablar, a controlar tus necesidades; aprendiste a leer, a escribir, a hacer cuentas, a reconocer colores y sabores.
Y nadie cuestiona por qué sucede esto, ni cómo sucedió todo sin darnos cuenta… (pero sí, cuando no sucede…)
©Estar latiendo