lunes, 5 de octubre de 2009

Consigna 2 (La Costumbre)

Pastillitas de colores

Pastillitas de colores. Una, dos, tres. La roja para la hipertensión; la azul, dos veces por semana, para evitar las infecciones; la amarilla, media a la noche, sábado por medio, para controlar las hemorragias.
No recordaba cuándo había comenzado esa procesión por médicos, diagnósticos y farmacias, pero ya era un cotidiano enquistado en su realidad.

* * *

Rutina

La mugre está acá y allá pegoteando las estructuras que alguna vez fueron modernas, nuevas.
Y ahí, ovillados contra los zócalos inmundos, duermen dos nenes, un viejo sin dientes, una señora de dudosa edad e higiene y un par de bultos cubiertos con cartones húmedos y rancios.
Pero nadie los mira ya. Son parte del paisaje, siquiera hay miradas furtivas, huidizas, vergonzantes.
Pasan de largo.
Y todos los días, lo mismo.

* * *


Existencialismo

Es casi imposible e inconsciente intentar dar cuenta de lo que sucedía antes de aprender a respirar, cuando la luz era borrosa y las imágenes, todas manchas. No recordás siquiera cómo era el mundo cuando te pasabas durmiendo todo el día.
Pero tampoco hay registro de recuerdos acerca de cómo era la vida rodeada por un mar de líquido amniótico, donde la boca no se usaba para comer, ni los ojos para mirar, ni los pulmones para respirar…
Por eso, cuando pasamos a la siguiente fase, sin darnos cuenta, no hubo sufrimiento consciente, solo una aceptación tácita (trauma1).
Y así aprendiste a caminar, a hablar, a controlar tus necesidades; aprendiste a leer, a escribir, a hacer cuentas, a reconocer colores y sabores.
Y nadie cuestiona por qué sucede esto, ni cómo sucedió todo sin darnos cuenta… (pero sí, cuando no sucede…)

©Estar latiendo

sábado, 3 de octubre de 2009

EL PACTO

Estimado señor George W.:
Por el poder que me confieren los estatutos vigentes, me dirijo a usted con el afán de comunicarle la negativa rotunda de la comisión al encarecido pedido que apropiadamente ha solicitado, debido a su desmedida costumbre de vilipendiar cada una de las obligaciones mencionadas en contratos anteriores. Asimismo, nos vemos en la penosa necesidad de solicitarle su inmediata regularidad hacia los compromisos contraídos, ya que, en la irresponsabilidad de sus hábitos terrenales, sus miserias acumulativas han perjudicado sustancialmente a propios y extraños. Procederes innecesarios y sumamente condenables por el ámbito que represento. Cabe asimismo recordar, que la propiedad intelectual de lo que usted se adjudica nos compete y corresponde.
Por esta razón, de ninguna manera renunciaremos a la propiedad inherente y respectiva que tanto nos enorgullece y la cual nos posiciona como el emprendimiento más antiguo, exitoso y distinguido en el amplio marco del negocio empresarial.
Finalmente, esperamos que la negativa a su requerimiento no sea un inconveniente a posteriori para un próximo encuentro.
Desde ya, muchas gracias.
Atentamente.

Arturo Cabrera
Asesor legal de asuntos infernales

©El Aeronauta

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Disertación Costumbrística

Costumbre: (Del lat. *cosuetumen, por consuetūdo, -ĭnis). 1. f. Hábito, modo habitual de obrar o proceder establecido por tradición o por la repetición de los mismos actos y que puede llegar a adquirir fuerza de precepto. 2. f. pl. Conjunto de cualidades o inclinaciones y usos que forman el carácter distintivo de una nación o persona.

Cuando surgió la idea de escribir acerca de La Costumbre, no sabía bien cómo encarar el tema. Me pareció interesante poner en el comienzo del texto dos de las acepciones que la Real Academia Española de letras tiene para esta palabra. Al empezar con esta disertación, recordé una frase típica de mi abuela (seguramente de la de más de uno) cuando algo no nos gustaba para comer: "ustedes están mal acostumbrados"; era cierto a medias, no es que estuviésemos mal acostrumbrados, sino que teníamos una costumbre diferente a la que ella. Ahora bien, es evidente que la costumbre tiene un factor netamente cultural, que depende de la época y da la situación del entorno. Sin ir más lejos, yo de chico tenía la costumbre de jugar a la pelota o a la paleta en la calle con mis amigos, hoy, veinte años después, no solo no juego en la calle, sino que me da miedo aquella: me atormentan la cantidad de autos, los ruidos y la locura de la gente. También teníamos la costumbre de compartir, de reunirnos con los abuelos, primos, tíos; hoy parece que las reuniones no son tan importantes. La Era Moderna cambió nuestras costumbres, tal vez nunca fueron nuestras, sino de un sistema que las imponía silenciosamente y es este sistema el que hoy ha llegado a convertirnos en esclavos de eso que quiere llamar ‘costumbre’ y la ha completado con el consumo; la televisión nos aprisiona, los medios nos venden qué es de buena costumbre y qué no lo es, la familia fue suplantada por la individualidad de los hijos, los hijos son capaces de hacer lo que quieran y de no darle explicaciones a sus padres. Tenemos la costumbre de usar un teléfono encima todo el tiempo, para que (como si antes la gente se muriera) nos ubiquen o nos llamen para ofrecernos descuentos en las tarifas que las mismas empresas de celulares manejan. Recuerdo en este momento que tenía la inocente costumbre de sentarme en la vereda, con el sol de la primavera, a tomar una gaseosa o simplemente de mirar a la vecina (de la cual estaba enamorado) que hacía lo mismo, pero enfrentada a mí, separándonos solamente la calle. Con el tiempo tomé el hábito (primo hermano de la costumbre) de fumar, acá aparecen los medios nuevamente: nos vendieron durante años que los hombres y los ganadores conseguían las cosas por fumar un cigarrillo, lo que no nos contaron es que una vez que entrabamos en esa costumbre era muy difícil salir. Otra cosa que con el tiempo hice fue comenzar a trabajar: armé una rutina (hermana de la costumbre) entre el trabajo, el estudio, comer, dormir y con suerte, si quedaba algo de tiempo, alguna distracción. Esta rutina es la costumbre más grande que tenemos y la que conservaremos hasta el fin de nuestros días. Este párrafo, una vez releído, me lleva a la idea de que las costumbres de adultos son funcionales al capitalismo, ya que eliminan toda otra que poseíamos de niño. Nos acostumbramos, de esta manera, a trabajar y a estudiar, y a no tener tiempo para disfrutar de las cosas pequeñas de la vida, creyendo que juntando para mañana podremos un día parar y sentarnos a gozar, pero la realidad es que cuando ese momento llega ya no tenemos la fuerza para gozar nada; nos acostumbramos a la gente en la calle y todos decimos ‘siempre hubo pobres’, pero la idea sería que no los haya más; también nos acostumbramos a los desamores, sabiendo que no nos morimos cuando nos dejan y volvemos a buscar un nuevo romance; nos acostumbramos a las perdidas, a vivir con las ausencias, porque no olvidamos, sino que recordamos y llenamos los espacios vacios de aquellos seres que extrañamos con estos recuerdos. Hay una costumbre que, por los menos a mí, espero no perder: la costumbre de emocionarme y asombrarme con los niños que tienen esa pureza en las respuestas y esa ausencia de hipocresía; con el amor que cada día hace que esa rutina descrita más arriba sea soportable; con la música que me apasiona y me transporta en mis momentos de goce; con los libros que tanto quiero que me llevan a intentar ser un buen escritor; con los amigos que me enseñan todo el tiempo que todo lo que hagamos no tiene sentido si no lo podemos compartir con esas personas que, particularmente, admiro en sus diferentes quehaceres. Por suerte, todavía tengo la costumbre de escribir lo que brota de mi pecho.

©Guantes de lana
 
Imagen del cabezal de Bangbouh @ Flickr