miércoles, 30 de septiembre de 2009

Disertación Costumbrística

Costumbre: (Del lat. *cosuetumen, por consuetūdo, -ĭnis). 1. f. Hábito, modo habitual de obrar o proceder establecido por tradición o por la repetición de los mismos actos y que puede llegar a adquirir fuerza de precepto. 2. f. pl. Conjunto de cualidades o inclinaciones y usos que forman el carácter distintivo de una nación o persona.

Cuando surgió la idea de escribir acerca de La Costumbre, no sabía bien cómo encarar el tema. Me pareció interesante poner en el comienzo del texto dos de las acepciones que la Real Academia Española de letras tiene para esta palabra. Al empezar con esta disertación, recordé una frase típica de mi abuela (seguramente de la de más de uno) cuando algo no nos gustaba para comer: "ustedes están mal acostumbrados"; era cierto a medias, no es que estuviésemos mal acostrumbrados, sino que teníamos una costumbre diferente a la que ella. Ahora bien, es evidente que la costumbre tiene un factor netamente cultural, que depende de la época y da la situación del entorno. Sin ir más lejos, yo de chico tenía la costumbre de jugar a la pelota o a la paleta en la calle con mis amigos, hoy, veinte años después, no solo no juego en la calle, sino que me da miedo aquella: me atormentan la cantidad de autos, los ruidos y la locura de la gente. También teníamos la costumbre de compartir, de reunirnos con los abuelos, primos, tíos; hoy parece que las reuniones no son tan importantes. La Era Moderna cambió nuestras costumbres, tal vez nunca fueron nuestras, sino de un sistema que las imponía silenciosamente y es este sistema el que hoy ha llegado a convertirnos en esclavos de eso que quiere llamar ‘costumbre’ y la ha completado con el consumo; la televisión nos aprisiona, los medios nos venden qué es de buena costumbre y qué no lo es, la familia fue suplantada por la individualidad de los hijos, los hijos son capaces de hacer lo que quieran y de no darle explicaciones a sus padres. Tenemos la costumbre de usar un teléfono encima todo el tiempo, para que (como si antes la gente se muriera) nos ubiquen o nos llamen para ofrecernos descuentos en las tarifas que las mismas empresas de celulares manejan. Recuerdo en este momento que tenía la inocente costumbre de sentarme en la vereda, con el sol de la primavera, a tomar una gaseosa o simplemente de mirar a la vecina (de la cual estaba enamorado) que hacía lo mismo, pero enfrentada a mí, separándonos solamente la calle. Con el tiempo tomé el hábito (primo hermano de la costumbre) de fumar, acá aparecen los medios nuevamente: nos vendieron durante años que los hombres y los ganadores conseguían las cosas por fumar un cigarrillo, lo que no nos contaron es que una vez que entrabamos en esa costumbre era muy difícil salir. Otra cosa que con el tiempo hice fue comenzar a trabajar: armé una rutina (hermana de la costumbre) entre el trabajo, el estudio, comer, dormir y con suerte, si quedaba algo de tiempo, alguna distracción. Esta rutina es la costumbre más grande que tenemos y la que conservaremos hasta el fin de nuestros días. Este párrafo, una vez releído, me lleva a la idea de que las costumbres de adultos son funcionales al capitalismo, ya que eliminan toda otra que poseíamos de niño. Nos acostumbramos, de esta manera, a trabajar y a estudiar, y a no tener tiempo para disfrutar de las cosas pequeñas de la vida, creyendo que juntando para mañana podremos un día parar y sentarnos a gozar, pero la realidad es que cuando ese momento llega ya no tenemos la fuerza para gozar nada; nos acostumbramos a la gente en la calle y todos decimos ‘siempre hubo pobres’, pero la idea sería que no los haya más; también nos acostumbramos a los desamores, sabiendo que no nos morimos cuando nos dejan y volvemos a buscar un nuevo romance; nos acostumbramos a las perdidas, a vivir con las ausencias, porque no olvidamos, sino que recordamos y llenamos los espacios vacios de aquellos seres que extrañamos con estos recuerdos. Hay una costumbre que, por los menos a mí, espero no perder: la costumbre de emocionarme y asombrarme con los niños que tienen esa pureza en las respuestas y esa ausencia de hipocresía; con el amor que cada día hace que esa rutina descrita más arriba sea soportable; con la música que me apasiona y me transporta en mis momentos de goce; con los libros que tanto quiero que me llevan a intentar ser un buen escritor; con los amigos que me enseñan todo el tiempo que todo lo que hagamos no tiene sentido si no lo podemos compartir con esas personas que, particularmente, admiro en sus diferentes quehaceres. Por suerte, todavía tengo la costumbre de escribir lo que brota de mi pecho.

©Guantes de lana

viernes, 11 de septiembre de 2009

Consigna 1 (que el lector deduzca cuál es)

Esperanza

La referencia lumínica se transforma en desidia, para quienes permanecen a oscuras. Ciegos y relativos; persiguen solo sonidos y apremian sus cacofonías temerosas, a causa de heterogéneos falsetes de excusas. De husmear y disponer está poblado el reino de los castos; mientras secunde a la virtuosa limitación, sus intentos y la nubosa cognición. El humo ufano del espejismo sutil, se hace éter en los escondites. Busca aire para esparcirse, para vulgarizarse en forma de forma. Busca más espacio que un bolsillo entramado, y más periferia en tela de juicio, al vacío consecutivo de toda ley natural. La inherencia y su sensibilidad diferente solicitan independencia de caracteres, en su anhelo monocromático de un verde infinito y convencido. Bocanadas de plegarias conciertan las coyunturas imaginarias en esta forja de fe. Potestad e injerencia en el íntimo retiro, inalterables desde el aprendizaje y hacia las connotaciones de la señal de vida. A manera y usanza de las costumbres socio-conceptuales, en lo aborigen del escenario genético. Caracterizado en la vereda del espacio ordinario. Mientras el sol observa compasivo. Mientras la perspectiva propone sorna al desequilibrio, mientras la libertad se consume… hasta la última pitada.

©El Aeronauta

Con sumo personal (humo verde)

Verde
hoja polémica
elixir para vuelos
placebo para enfermos
agua que sí hube de beber
(cuando asumía mis negativas…)
Ley
de los hombres
prohibiciones
¿y el libre albedrío
dónde quedó?
No hay apología
sino preguntas…:
¿uno no sabe decir que no?
Mentira
hipocresía
¿y la cultura dónde nos marca?
Hay tanto, tanto que nos hace mal
(¿la falta de libertad, no?)
Y sin embargo…
¿se necesita de algo verde para ser feliz?

©Estar latiendo

Dragones

Habitaban en lo alto de las colinas, en manadas, se alimentaban de frutos como las frutillas salvajes y la guindilla, así como también, de carne (carneros y cebúes). Elegían la altura para vivir, porque de esta manera podían arrojarse y planear hacia los llanos, debido a que sus vuelos no eran muy altos. Sus colores, verde esmeralda en las escamas y anaranjado en el pecho, los hacían vistosos en los zigzagueos que hacían en el aire. Se habló muchas veces de su tamaño, lo que los hacía ver monstruosos; la realidad es que estos animales medían dos metros de largo y de punta a punta de sus alas, tres, sus colas eran relativamente cortas (similares a la de los canguros actuales). Fueron perseguidos por el hombre en la Edad Media; debido a que el lugar donde vivían, en las alturas, era el ideal para asentar los centros de las comarcas –por su posición estratégica para la defensa ante los ataques de otros reinados–.
En lo alto se podía ver, en las noches, los fulgores de las llamas y el humo expelidos. Tal vez, también, este haya sido uno de los motivos por los que fueron atacados; envidiados, quizás, por tener eso tan preciado, el fuego, de manera natural.
En el comienzo de la conquista de esas tierras, el hombre inventó historias sobre la cacería que hacían los dragones, que bajaban de lo alto en vuelos rasantes y se llevaban niños y animales; esto sirvió para que en el momento de ir en la búsqueda de los pobres animales, no solo se alistaran caballeros, sino también, cualquier persona –por miedo a que se coman a sus hijos–. La Iglesia participó de estas matanzas debido a las promesas hechas por los reyes, estos les ofrecían tierras en lo alto, cerca de Dios. Así fue como la lucha era bendecida por la acción divina. Los que participaban de las Cruzadas se llevaban como trofeos cabezas, colas y garras de los dragones caídos.
Luego de varios años de guerras y de algunas conquistas, los reyes, o mejor dicho sus asesores, se dieron cuenta de que estas bestias infernales (así los habían bautizado los sacerdotes) podrían servir como esclavas, para carga y hasta para batallas. Comenzaron a cazarlas y ponerles grilletes y así lograron domesticarlas. Los animales adultos eran utilizados para los enfrentamientos, y las crías eran vendidas para servir en las casas de los nobles. Se cobraba un impuesto por tener un dragón, esto era, para el reinado, un muy buen negocio. Se descubrió que los dragones entendían el lenguaje y que entre ellos también existía una forma de comunicación. Se les prohibió el uso de fuego en las casas, como así mismo, expeler humo, ya que causaba mucho miedo a los invitados; también les fue prohibido abrir las alas en lugares públicos y levantar las escamas, finalmente, se les obligó a caminar erguidos.
Durante muchísimo tiempo fueron utilizados para llevar cosas de una comarca a otra y a sobrevolar en las luchas y arrojar grandes bolas de fuego, pero con el paso del tiempo, las nuevas generaciones de dragones ya no sabían iniciar fuego, y les era normal su vida de servidumbre. Un dragón, uno de los más viejos (Dacor), soñó una noche con sus antepasados; con el humo saliendo de sus bocas y sin quererlo inició un pequeño incendio que rápidamente apagó. Fue el primer paso para recuperar su esencia.
Un plebeyo que habitaba en lo más alejado de la comarca, que los alimentaba de tanto en tanto y los trataba con delicadeza y amigablemente, ayudó a los animales a recobrar sus instintos, su naturaleza. En poco tiempo, los dragones andaban arrojando fuego y humo por los caminos. Esto a las autoridades les preocupó y los mando a encarcelar en calabozos subterráneos, pero los dueños de estos se quejaban por el pago de impuestos por un dragón encarcelado. El joven plebeyo se acercó hasta el reino montado en Dacor y le gritó al rey que él sabía cómo ayudar, este lo escuchó y a la noche emitió un edicto por el cual los dragones podrían usar su fuego y humo en sus casas, pero no en las calles ni en los centros urbanos, si esto pasara irían presos nuevamente.
De esta manera, los dragones recuperaron algo de sus instintos y los hombres, al ver que los dragones entendían el mandato y que tratándolos bien eran amigables, comenzaron a convivir de manera más humana y de esta forma pudieron disfrutar de sus colores y de los malabares con el fuego.
Lamentablemente era tarde, los dragones, al haber estado tanto tiempo obligados a no expeler fuego, estas últimas generaciones sufrían un problema y comenzaron a morir consumidos por su propio fuego.
El hombre lamentó no haber intentado convivir antes con ellos y haberles permitido con anterioridad crear humo y fuego. Lloraron el no poder volver a ver esos vuelos y esos colores hermosos que hacían figuras verdes y anaranjadas en el cielo y los fulgores de las llamas de vida que los dragones hacían en las noches.

©Guantes de lana

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Cuenta regresiva

Poco falta para que se corra la cortina a un mundo nuevo, el de la escritura a varias voces.
Sea usted bienvenido.
Póngase cómodo...
 
Imagen del cabezal de Bangbouh @ Flickr